Silvia Barei
Nació en 1951 en Córdoba. Vive en
Cerro Azul, Provincia de Córdoba. En poesía, publicó Que no quiebre el conjuro
la palabra (1992, Alción), De humana condición (1997, Alción), Cuerpos de agua
(2004, Alción, traducido al italiano, Siena, 2006), La casa en el desierto
(2008, Alción), Plegarias domésticas (con María Teresa Andruetto, 2012,
Comunicarte) y Animal ciego (Alción, 2017). Es docente de posgrado en la
Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y otras universidades del país y el
exterior.
Nosotras
Mis hijas y las hijas de mis hijas.
Mi hermana y las
hijas de mi hermana.
Mis madres y mis abuelas.
Y las abuelas de mis
abuelas.
Y las otras y más allá.
La cama y la cocina
y la sábana y la sartén
las macetas las plantas la tierra
la alegría en las cortinas
la risa la escuela
la luz en las ventanas
La tarde la noche la transparencia
la tranquilidad la pereza
la verdad y sus apariencias
el trajín de cada mañana
la huerta y la flor
la perra parida las gallinas
la niebla o la tarde de sol
las manos en la masa y la risa
la silla y la mesa
La música la danza
la radio y la canción.
Mi biblioteca mi escritura
mis palabras mis plegarias
mis bellas/ las que están cerca/
mis lejanas /mi mejor oración/.
Mis queridas
y yo.
Tiempos difíciles
Para la mujer que salvó al Negro Arrascaeta
Escucha allá, para el lado del ferrocarril,
repartido, irregular, el ruido de las balas,
y algo raro, como de bramido que no da tregua
que luego supo, eran gases y gritos
y el repiqueteo de alguna clase de fusil.
Se mira las manos, los dedos agrietados, rojos,
un poco doloridos por la humedad y los calambres.
Hace frío adentro y afuera de la casa
y ella desea pocas cosas una estufa, un plato caliente,
la vuelta sosegada de su hombre, su olor a lluvia,
sus zapatos y la cadena de huesos en la oscuridad ardiente.
El golpe, el perro que ladra, un cierto revuelo,
le hacen dejar el mate y las costumbres de su cuerpo.
En el patio alguien ensangrentado y mugriento
con los ojos de quien se hunde en el agua
le dice escondeme o
me matan.
Mira el cuerpo oscuro
tratando de desaparecer entre las matas que ya nadie cuida
y no sabe por qué piensa que al igual que su hermano
este muchacho vive a contrapelo. A contravida.
No sabe por qué piensa también que nunca tendrá flores el durazno.
Ponete el gorro, agarrá la brocha y la cal,
mové esa escalera, ese tacho,
digo cuando golpeen
que sos de por aquí
que me ayudás a pintar.
No mirés cuando retumbe la puerta
no tratés de escapar
nadie me visita, estoy sola.
Sola de verdad.
El vacío dura muchas horas, muchos gestos repetidos
subir, bajar, mirar, rezar, sufrir, callar.
Antes de decirle andate, ya no están,
tomá el sesenta, de la esquina veinte metros para allá,
tiene tiempo de buscarle un abrigo y de abrazarlo
como se abraza un
cuerpo náufrago.
Como se abraza el temblor del invierno
como se abraza a quien siempre se va.
Fuente: ANTOLOGÍA FEDERAL DE POESÍA REGIÓN CENTRO. Consejo Federal de Inversiones
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