Azor Grimaut

Más conocido por sus dos jerarquías, como poeta y publicista, don Azor Grimaut nació durante el invierno cordobés en 1902 en el barrio General Paz. A los 20 años, había cursado el colegio comercial Jerónimo Luis de Cabrera, pero luego se dedicó enteramente al periodismo. Casi siempre, y sin mejor ilusión que dejar el sabor singular del ayer en la memoria de nosotros, escribió para las páginas de La Voz del Interior, con el seudónimo de Loica y de Luis Pulso.
Esta labor duró muchos años de modestia, hasta que en 1949 publicó el expresamente notorio e iletrado libro de poemas Ancua.
En 1953 Grimaut publicó Duendes de Córdoba, entre cuyos relatos se honraron insospechadas criaturas y aparecidos del Matadero viejo, el Calicanto de la Palada y la esquina del Degolladito.
En 1951 se editaron las Estampas de Córdoba con grabados originales de Alberto Nicasio. En 1971 apareció Cordobeseando y más tarde, en 1974 el llamativo volumen
culinario titulado Comidas cordobesas de ayer.
El éxito logrado por Ancua, resulta una especie de paradoja, puesto que el libro mucho
más pintoresco viene a ser una granujada estética. Salvo el egregio Ascasubi, en el
ámbito cordobés la lengua popular alcanza acertadamente un rasgo festivo y vital.
Poesía que supone un interlocutor imaginario, que escucha instintivas fealdades de
conversador nativo de los barrios pobres, que no tiene que ser previsiblemente un
personaje del mal vivir o del espinoso Abrojal. Consta que la lengua coloquial, vulgar y
graciosa, pero con fuerte relieve plástico y mimético. Resulta así un lirismo
enternecido, sin violencia, del que bien nace el tema de la ternura social y la franqueza
nativa.
Azor Grimaut, escribe como habla, pero sin crear la irritable oscuridad que
termina en la aberración de las orillas. Sus personajes alcanzan proporciones humanas
porque nacen de la misma confesión de su mundo, cuyas alteraciones prosódicas no
modifican la estructura sustancial del idioma. Cumplida su función poética, el
abanderado de los relatos de costumbres, folklore y habla popular cordobesa, fallece en 1986.
Publicaciones:  El loco (1920), Ancua (1949), Duendes de Córdoba (1953), Estampas de Córdoba, La Cañada (1954), Cordobeseando, Costumbres populares (1971) y Comidas cordobesas de antes (1974).

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ANTOLOGIA

Poesía - Cuentos – Crónicas. Ed. Emcor, Córdoba, 1992

CRÓNICAS DE DUENDES EN CÓRDOBA


La Pelada de la Cañada

Quizás, en la capital de mi provincia, la leyenda de “la pelada de la cañada”,
sea una de las fantasías populares de mayor difusión. Según las versiones recogidas,
era, hasta cierto punto, un símil de “la viudita”, que nos pinta el exquisito Ricardo
Palma en sus “tradiciones Peruanas”, con la diferencia de que no se trataba de una
hermosa y elegante mujer – que pudo ser individualizada- sino de una figura
humana, femenina, pequeñita, a veces llorona y doliente, traviesa y pícara en otras
ocasiones. Analizando las versiones existentes, sobre “la Pelada de la cañada” queda
la impresión de que, contemporáneamente, hubo, por lo menos dos “peladas” que
frecuentaban el mismo escenario, es decir, el cauce antiguo de “la Cañada”, desde
el vetusto “ Pueblo Nuevo” hasta un poco más allá, según creo, de la calle “ 27 de
Abril”.
Las primeras “apariciones” de este fantasma, parece que se registraron a
fines del siglo pasado. Una de las referencias –coincidente con varias otras- la
describe como un “bulto” de mujer de baja estatura, de luto, con un manto que le
cubría la cabeza, ocultándole también el rostro. Parece que empezó a “aparecerse”
en horas avanzadas de la noche, en el “Calicanto” –muro de defensa de las
inundaciones de “la Cañada”, que estaba a la altura de las calles Montevideo y
Duarte Quirós, por Belgrano más o menos a la altura del bulevar San Juan. El lugar
era lóbrego de noche y muy temido por la gente supersticiosa, por cuanto declarase
que a veces, escuchábanse lamentos de las “almas en pena”, de los que, en distintas
épocas, fueran ajusticiados en esas inmediaciones, porque, precisamente allí, solía
colocarse una horca para la ejecución de delincuentes.
El caso es que, aquella “mujer” menudita, que parecía una chica, surgía de la
oscuridad imprevistamente y se dedicaba a acompañar al osado transeúnte
nocherniego que se atrevía a pasar por el lugar citado. Le seguía llorando
desconsoladamente y cuando se daba el caso de que alguno, sin caer en la cuenta del
“fantasma”, intentaba saber la causa de su desesperación, se alejaba con presteza. Si
había luz, en el farol a vela, que supo existir en San Juan y Belgrano, o en las “Cinco
Esquinas” – Belgrano y Montevideo- se quitaba rápidamente el manto, descubriendo
su cara que dicen era casi cadavérica y su cabeza rasurada totalmente. De este último
detalle surgió el denominativo de “pelada”.
En los primeros tiempos, no se tuvieron noticias de que la “Pelada de la
Cañada” se entregara al robo, afirmándose en cambio, que se “aparecía” solamente a
los hombres solos, es decir que no fueran acompañados por mujeres y, más
generalmente, a los trasnochadores o calaveras, habituales borrachos. A propósito,
cuéntase que muchos de éstos, ya por que se les “apareciera” el fantasma, o porque
temieran que se les presentara, dejaban por temporadas sus andanzas nocturnas, si,
por razón de su domicilio, tenían que atravesar “La Cañada”.
Esta, podría decirse que era “La Pelada” llorona doliente, a la que muchas
mujeres sencillas y piadosas, calificaron como “alma en pena”.
La otra, de iguales características “físicas”, no era llorona. Gustaba de las
bromas y no faltaron quienes se quejaran de haber sido robados por ella, que
aprovechaba el estado de inhibición de las victimas, producido por el espanto, para
cometer sus hurtos.
Las versiones, consignan que esta “Pelada”, solía alejarse de “La Cañada” y
refieren que se confundía con piadosas ancianas en su marcha a la primera misa de
la Compañía de Jesús, para horrorizarlas y luego burlarse de ellas, robarles los
rosarios y libros de oraciones, que tiraba luego en cualquier lugar. Decíase también,
que la “chica”, “chinita”, o “Pelada” pícara, sabía ubicarse en las arcadas del puente
de “La Cañada”, sobre la calle 27 de Abril, desde donde, a altas horas de la noche,
cuando veía pasar a las personas por las inmediaciones, le cantaba este estribillo que
fue muy popular:
“Quico,
Llámalo a Perico,
Caco,
Llámalo a don Marcos”.
Si se intentaba volver contra ella, inmediatamente, con agilidad de felino, se
perdía entre los altos yuyos que bordeaban el agua. La alarma pública, que
determinó la “aparición” de este fantasma, dio lugar, en varias ocasiones, a que las
autoridades policiales intervinieran, tratando de ubicarla. También, se solían
organizar comisiones de muchachos decididos, que merodeaban por las noches con
igual propósito. Pero, sea porque anduvieran por otros lugares, o porque los policías
y comedidos, tuvieran también su espíritu sugestionado, lo cierto es que no la
encontraban. Mas, sin embargo, se cuenta que una vez, cuatro bravos “abrojaleros”,
luego de buscarla decididamente, se dieron con ella, justamente en “La Cañada”, a la
altura de la calle Duarte Quirós, cuando aún no se había construido puente allí.
Se dice, que estos muchachos lucharon con el “fantasma”, que para más
libertad de movimientos se quitó los vestidos y el manto, consiguiendo, luego de
una encarnizada lucha dominarlo, comprobando entonces, que esta “Pelada”, no era
nada menos que un peluquero vecino de “Costa Cañada”, que alegó no ser la
“Pelada” auténtica sino un bromista. No se valió por cierto, su manifestación, para
curar los golpes recibidos, ni los que, más tarde, según se dice, le sumaran en la
comisaría.
El caso es que, parece ser que la “Pelada” siguió “apareciéndose” y hasta se
cuenta, que se presentó una noche a un bravo sargento de policía, apodado
“Cemita”, cuando transitaba cerca de las “Cinco Esquinas”. Para no disminuir,
seguramente la fama de este hombre, se cuenta que en los primeros momentos muy
lejos estuvo de identificar a la “Pelada” en la “chica” que llorando
desconsoladamente “le salió al costado”. Se aprestó a consolarla, pero la “chica” no
le daba tiempo para contestarle una sola palabra y fue entonces, cuando el policía se
acordó de la “Pelada”, olvidándose de su investidura y de sus armas. La “chica” le
siguió, gimoteando siempre, a corta distancia y el sargento “Cemita”, dicen las
versiones, llegó con el “sebo helado”, a un boliche de la calle Bolívar y Montevideo,
donde luego de ingerir un par de cañas, contó al bolichero y a los parroquianos lo
que le terminaba de ocurrir y no aceptó la propuesta de salir en comisión con los que
estaban presentes, a buscar la “chinita”.
Dicen que la “Pelada” dejó de hacer sus “apariciones” a principios de este
siglo, sea porque se mejoró el servicio de alumbrado público, o porque -como solían
decir las viejas criollas- había conseguido todas las oraciones y “alumbramientos” de
velas que necesitaba para “salir del purgatorio y dejar de andar penando”.
Desapareció la “Pelada” pero, en el recuerdo de los viejos especialmente,
quedó su historia y aquella especie de coplita, que los niños de entonces, -solamente
de día- para burlarse de algún compañero rasurado de más, solían tararear, diciendo:
Pe-la-da
de la ca-ña-da,
que se le -van-ta
a la ma-dru-ga-da.

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Perros blancos y perros negros
(1968)

-Con respecto a la “aparición” de los perros, en horas de la noche, siempre
después de las 10 era muy común escuchar hace unos 40 años en Córdoba una serie
de “casos ciertos” que le habían ocurrido a fulano, o a fulana, al extremo de que, por
aquellos años, quizá no se pecaría de exagerado, diciendo que cada barrio, inclusive
el “Centro” tenia su perro misterioso.
Tenían estas apariciones, vinculación con el demonio, o con el ángel de la
guarda y su individualización era perfectamente fácil, por cuanto si era de color
negro, fatalmente se lo consideraba como una trasmigración del demonio, pero, si el
perro de la “aparición” era de color blanco, no se le temía, por creérsele una
materialización del ángel de la guarda.
Se aconsejaba para el primer caso, formar una cruz, con los dedos al tiempo
que debía decirse: Jesús, María y José o Ave María Purísima y santiguarse. Así
también, se tenía “como bueno”, mostrarle al animal la “cruz” del puñal. Si se
trataba de una presentación del diablo, con estas apariciones, debía desaparecer de
inmediato.
Ahora, cuando el perro era de color blanco, cabía esperar que fuera el ángel
de la guarda, que se convertía en perro, para acompañar al caminante y defenderlo
de un peligro cierto que le estaba por amenazar. Su aparición, con todo, no dejaba de
causar inquietud.
Los perros, especialmente los negros, de cualquier tamaño, cuando se
aparecían imprevistamente de noche a los transeúntes, provocaron muchas
desazones. No por el temor al ataque propio de estos animales, contra los
desconocidos, sino por el temor de que fueran vehículos que aprovechaba el
demonio.
Cabe recordar, de paso, en esta parte, que hubo un perro negro, tenía que ser,
que cobró ribetes de fantasma, cundiendo su popularidad temida en toda la ciudad,
quedando por mucho tiempo temor por su presencia, aún cuando su presunta
condición de “cosa del diablo”, se aclaró perfectamente. El caso es que, este perro,
apareció varias noches llevando en el hocico, pequeñas puntas de fuego, la fantasía
de los que lo vieron multiplicaron los puntos, hasta convertirlos en llamas o tizones
encendidos.
Y lo que ocurrió, era lo siguiente: el animal, sea por hambre, o por placer, se
dedicaba al robo, diríamos, de las velas que se colocan en los lugares donde se
“alumbraba” al “Degolladito” y al huir con los pabilos encendidos aún, se lo
confundió con un fantasma.
Hubo otro caso, siempre teniendo como protagonista a un perro, que
mantuvo alarmado a un vasto sector del barrio de “San Vicente”. El animal,
alrededor de las 12 de la noche, había sido visto llevando un extraño bulto colgado
del cuello y produciendo ruidos de “cadenas” decían, al andar presurosamente. Se
aclaró noches después, que se trataba de un inofensivo canino, que visitaba las
ramadas y cocinas, para consumir los restos de comida. Con ese fin, el animal, sea
porque temía ser castigado o por su apuro, a veces volteaba la olla cayéndole, así, la
“oreja” del recipiente sobre la nuca, de manera que al levantar la cabeza, le quedaba
la olla colgada, con la que emprendía la fuga, produciendo ruidos metálicos al
golpearla en la carrera.

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"ANCUA"
4ta. Edición. 1967

A naid' envideo
Con quesío y charqui,
par' una sastaca,
leche cruda e' cabra,
pal sapáio asau,
nu' envideo a náide!
Démen unas chancua,
pa una masamorra,
torti' al rescoldo,
y aníos pa'l locro,
y a náíd' envideo!
Y que vu' envidiá,
con estos manjare
de los pagos mío
a comidas gringa?
Mis teses de yuyo,
mí mate' en bombía,
mi sanco di' harina,
mi' asau de chunchula,
mi churrasco gordo,
mi caldo con mote,
la rica chanfaina,
la chuchoca misma,
las lindas humita,
l'empanad' al horno,
las "rubia" semita,
los dulce pelone,
los frito, el ancua,
y los chicharrone,
son cosa tan rica,
tan crioya, tan mía,
qui' habiendo ginebra,
cigarros' en chala,
y' un traguitu'e 'caña,
tan sólo de velas,
o pensadu' en eyas,
a náid' envideo,
cuando Dios mi' ayuda
pa podé tenelas.

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Mi tristura

Me dicen que soy triste,
porque siempri`an duansina
como miau de los perros...
O com`un alma en pena...
Me dicen que soy triste...
Que no reigo nunca!
Que me paso pensando
como en gueyes perdido...
Que, así, como tantiando
una carga e`recuerdo
me lo paso comu`ido
mucho día`s entero...
Me dicen que soy triste,
porque siemprei`an duansina,
con el sentir hundido
en los qui`otros no saben
y quéren que les cuente...
y mi´hurgan preguntando,
sial`guna pena grande,
pal camp`uel desengaño
me viene cabrestiando...
Entonces yo, me digo,
que com`ues cosa mía,
que me duele y mia`legra,
que me`enferma y me sana...
Debe quedars`iadentro
estaquiada en el alma...
Pa qué quéren que cuente
Lo que mi`ha estericau?
colijan qui`una`usencia
me tiene engualichau,
y como un`hay remedio
pa mis cosa dia´dentro,
dejenme qui`an`diansina,
cuariau por un recuerdo,
rastiando l`uimposible...
Rumiando una palabra,
un beso.. Una mirada,
que quisá yo perdiera,
por capricho ... O por nada...
Piensen qui`hay sé por eso,
que si`acollaró mi`alma
con una pena linda,
que no me pone triste...
que m`ialegra y lastima...
Piensen qui`hay sé por eso...
Que esuandu`ansina.

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