Osvaldo Guevara

 “Nací en Río Cuarto, ciudad del sur cordobés. Llevo sobre las espaldas y en el corazón medio siglo de afanes y obsesiones. Pero soy un ser esperanzado. Creo en la civilización, en la cultura, en el amor al semejante, en el porvenir de la humanidad.
Actualmente me preocupa pensar que razones de salud pudieran mermar mis esfuerzos para ser útil a los míos y a la gente. Dos trabajos –en la Municipalidad por la mañana y en la íntima Radio Champaquí por la tarde- me permiten sobrellevar los azares económicos. Pero me impiden consagrarme a mi vocación literaria que incluye, además de la poesía, la crítica, el ensayo y el cuento.
Después de los 20 años viví un tiempo en la ciudad de Córdoba, de donde me traslade a Almafuerte, entonces un modesto pueblito de llanura, a mitad de camino entre Río Cuarto y la Capital Provincial en el que me inicie, en la docencia secundaria, experiencia fecundante. De regreso en mi ciudad natal, dicte castellano y trabaje en diarios, radio y televisión local.
En 1976 me radique en Villa Dolores, en el oeste de Córdoba donde ahora vivo. Siempre me falta tiempo para leer y para estudiar. Dicho de otra manera: todo
tiempo me parece poco para seguir aprendiendo. Hasta donde me deja mi salud, soy feliz, mi esposa es mencionada en el titulo de mí ultimo libro, Niña Carmen. En él figuran asimismo, poemas inspirados por mi hija Verónica Maria.
Publicaciones: Oda al sapo y cuatro sonetos (1960), La sangre en armas (1962), Garganta en verde claro (1964), Los zapatos de asfalto (1967), Niña Carmen (1988), Diario de invierno (1975), Primera persona (1998), Poemas en verso y prosa (1998).

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SONETOS
Ed. Argos, Córdoba, 1991

Rural

Campesina con siesta a la pollera,
olorosa de surco y de semilla.
Tienes la voz soleada, y amarilla
se te ha puesto la sombra con la espera.
Ya en el aire y tu piel no es primavera.
La mariposa con rumor de trilla
raspa en la luz su rápida cerrilla
y se empieza a estirar la enredadera.
Y tú, absorta, desatas tu cabello
Que te rodea codicioso el cuello
Con dulzor de mando y nicotina.
Duele la tarde, lentamente larga.
Y al pasar, blasfemando, el tren de carga
Sueltas tu adiós como una golondrina.

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Rosa

Y anda otra vez la lluvia por el techo
con su ternura náufraga y ruidosa,
y el frío de la ausencia, el frío, Rosa
se me viene a las sábanas y al pecho.
Sin tu voz todo está como deshecho,
sin tu mano es un hueco cada cosa,
sin tu pisada duele esta baldosa
y es otro mueble sin tu olor el lecho.
Llueve. Pienso en la sombra. El cuarto es grande.
La soledad, como un hollín, se expande
Por este aire de cal y ropa muerta.
Si estuvieras, no sé qué te diría,
Pero creo que me importaría
Tanta lluvia en la noche tan desierta.

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LA SANGRE EN ARMAS
Ed. La Calle, Río Cuarto, 1962.

Estampa

Rueda, agraria, la tarde,
obre el campo dorado.
Jadea por los surcos
honda como un arado.
La llanura en reposo
huele a distancia y verde.
Una vaca se borra.
Una nube se pierde.
El campesino apaga
la luz de su herramienta.
Pronto arderá su oro
piadoso la polenta.
El vino, como un sol,
parpadea en el vaso.
El pan abre su beata
tibieza de regazo.
Después, dormir. Afuera
el campo alumbra. El tallo
matea jugos. Tasca
tinieblas el caballo.
De nuevo, a la alborada,
sudará el campesino
nada varía. Es suelo
alambrado el destino.
Avanzará hacia el día
con la cabeza tarda.
Duerme ahora. La tierra,
como otra esposa, aguarda.

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El arquero

Aspiro el aire verde del campo estremecido
y es como un pasto tibio y oloroso mi vello.
Hay también una verde ternura en tu vestido
y un murmullo de tierra se te paga al cabello.
Como el nervio de un brote mi tacto en tu cintura
siente el fluir la vida vegetal y cimbrante.
Tu garganta es un pozo sonoro de frescura.
un cumpleaños de fruta te sazona el semblante.
Con un húmedo anhelo de planta trepadora
voy rastreando tu cuello, tu escote, tu corpiño.
te deslíes como una llovizna y se colora
de atardecer tu rostro, mientras te desaliño.
La sombra se lastima la enagua en un alambre
que resentido acecha con sus uñas de púa.
Un relincho nupcial punza como un calambre
y es mi olfato en tu piel una terca ganzúa.
Nos amamos. La noche se aplasta contra un charco,
yo he sorbido, besándote, tu sangre como un vino.
Y se crispa mi sed como apuntando un arco
desde el temblor de tu alma al centro del destino.

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LOS ZAPATOS DE ASFALTO

1967

Rosa

Y anda otra vez la lluvia por el techo
con su ternura naufraga y ruidosa,
y el fío de la ausencia, el frío, Rosa,
se me viene a las sábanas y al pecho.
Sin tu voz todo está como deshecho,
sin tu mano es un hueco cada cosa,
sin tu pisada duele esta baldosa
y es otro mueble sin tu olor el lecho.
Llueve. Pienso en la sombra. El cuarto es grande.
La soledad, como un hollín, se expande
por este aire de cal y ropa muerta.
Si estuvieras, no sé qué te diría,
pero creo que no me importaría
tanta lluvia en la noche tan desierta.

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