María Cristina Chiama
Es profesora de
Lengua y Literatura y coordinadora de grupos de taller literario. Ha publicado: Darwin en Plumas al Viento. Brevedades escritas desde la Patagonia
2013; Poemas para afirmar las alas,
Dirección de Cultura del Chubut, 1988; Segundo
Concurso Regional de Cuento y Poesía, U.N.R.C., Río Cuarto, 2002; Leer da trabajo, Los docentes comparten
lecturas. Dirección de Políticas y Proyectos Educativos de la provincia de
Córdoba. Año 2006; Antología de poesía.
Fundación Victoria Ocampo. Año 2012. CABA; Cuentos Regionales. Chubut, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del
Fuego. Ediciones Colihue, CABA, 1994; ¿Cómo
leemos literatura en el aula?, Editorial Biblos. CABA, 1910; en la Web: Editorial Piso 12, Revista
Digital, Certamen de Microrrelatos, “Cuaderno Laprida” de 2016. La aguja del Buffon ediciones. Nouvelles:
Celebración de la sangre. Imprecom
Editora, 2013, Río Cuarto y Guardia de
cenizas, Ediciones Ruinas Circulares 2015. Publicación de microrrelatos en
http://www.anthropologies.es, julio 2014. Ha participado como panelista en el Coloquio Escrituras de mujer,
25 y 26 de septiembre, U.N.R.C y Encuentro de lectura de microrrelatos en
Córdoba breve en 2017.
……………………..
De Celebración
de la sangre
Imprecom Editora, 2013, Río Cuarto.
“…Rosario, octubre
del 2011,
Durmió en un hostel
para sentirse rodeada de gente que está de paso, recorriendo el país o Latinoamérica tal vez.
Sorprendió en el desayuno conversaciones en un portuñol entre dos muchachos que
trataban de entenderse para comentar una
película: “El hombre de al lado”. Mientras
exprimía una naranja del litoral, grande y jugosa, en otra mesa de la
cocina, recordó los dichos sobre la rivalidad de rosarinos y porteños. En su caso había sido al revés; el jovencito que la
recibió solicitándole los datos, lo hizo de
muy buen talante, es más realizó sugerencias muy prácticas sobre el uso
del baño compartido; era porteño, estaba de paso, trabajaba en diferentes
lugares para así conocerlos desde adentro y no se sentía maltratado en Rosario.
Para nada.
Cuando terminó de
exprimir la naranja y mientras bebía su
jugo delicioso, le sucedió algo extraño: recordaba el día de ayer como
si hubiera sucedido mucho tiempo atrás y, el día de ayer era el anterior a éste
solamente. Se trataba de un martes igual a tantos, sólo que esta vez en vez de
ir a su clase de yoga había armado una valija después de encargar el regado de
las plantas a su vecina, por las dudas, por si el clima se endurecía en esta
época de lluvias. Después salió sin demasiadas exigencias ¿Tanto tiempo había
pasado por las emociones de sus huesos en sólo veinticuatro horas? Ah, claro,
la subjetividad del tiempo. Había cerrado la casa y mientras la miraba como se
lo hace con un amigo cuando se le da una
palmada en la espalda, y no dejó de voltear más de una vez la cabeza para
acariciarla a través de la luneta del taxi. Cómo nos cuesta despedirnos de las cosas que en su
inmovilidad terminan por habitarnos.
Al ver que un tercero
se unía al comentario sobre la película se inmiscuyó en la conversación. Ellos
eran tres: un estudiante que provenía como ella de una ciudad chica de la pampa
húmeda, un brasileño de la Universidad de Campinhas, asistente al Congreso de
Literatura de la Universidad de Rosario y un colombiano, muy moreno y por ello
tan atractivo, tanto que lamentó no ser ya joven. Les dijo que la película era
una metáfora de los años 90, que no fueron en este caso, industria argentina,
sino producto de una feroz globalización del mercado a nivel
mundial. ¿Había sido pedante, hubiera sido lo mismo decirles que era una
metáfora asombrosa sobre el egoísmo pequeño burgués de cualquier tiempo y
cualquier lugar? Al final Aráoz hace de vecino pesado pero el otro y su mujer,
son dos forros importantes, parecen personajes dignos de Balzac. Se ahorró
nuevas opiniones, creyó percibir que no les gustó mucho la intromisión. ¿Les
habría parecido vieja?
Cuando se viaja, la
gente siente una especie de extrañamiento: como en el carnaval con permiso para
lo que venga; desaparece además la comodidad de lo sabido y consolidado por la
rutina. Se perciben las cosas en perspectiva y hasta se
recuerda sin dolor en muchos casos. En definitiva se vive a fondo cada
naranja exprimida o yogur batido en el
desayuno de un hostel en el centro de Rosario.
Le dio pena dejar su
mesa al lado de la ventana enmarcada por la Santa Rita del patio, pero sabía
que las ciudades no deben mirarse por la ventana de un hostel y tampoco desde los patios.
En Chile, en Castro
en un febrero muy lluvioso, se había
tomado la costumbre de hacer una foto desde la ventana de cada ambiente del
hotel, quería atrapar todos los tonos de un faldeo cultivado en forma completa.
Esa vez estaba acompañada y se comentó: “Si en Argentina se hiciera lo mismo…”
¿Por qué los argentinos se comparan todo el tiempo durante los viajes y siempre
quedan en desventaja, es una costumbre absurda de una rigidez inquisitoria, una
ideología manipuladora de la pena ajena. A veces satura el exceso de autocrítica:
¿tendremos alma de monjes capuchinos en eterna penitencia?
Caminó hacia el río;
después de recorrer algunas cuadras bajo el sol tímido aún de octubre, su piel
se sumía en el día con entera complacencia cuando vio el río Paraná a lo lejos.
Sus pies se
aligeraron, recordó las islas del Tigre, ¿por qué en un momento en que hacía un
viaje por Rosario recuerda el Tigre? ¿Qué había vivido que hubiera sido tan
interesante en el Tigre? Algunas vueltas por la costa iluminada a discreción
durante una noche de septiembre hacía muchos
años atrás, con alguien que la deseaba; sí era eso, se había sentido
deseada en el Tigre, muy deseada, más que de costumbre, una de las primeras
oportunidades en que alguien le sugiriera relaciones sexuales. Se había
escandalizado y enojado muchísimo, en
fin, tenía diecisiete años, en vez de haber hecho el amor, arruinó el amor con
ese carácter inconfesable de jovencita soberbia que consideraba el sexo como
una cosa de otras. Arrepentida de no haber deseado mucho más, piensa en si
hubiera sabido en ese tiempo lo que ahora. Pero, no en esa franja de tiempo aún
no estaba preparada, como se decía a sí misma. Y pensar que las mujeres eran
casadas tan jóvenes en otras épocas. En la zona de la pampa húmeda donde ella
vivía se contaban historias muy duras de abuelas y bisabuelas: jovencitas de
catorce o quince años traídas desde el Piamonte o de Galicia para acompañar a
algún inmigrante que las había elegido, a veces por la aldea, otras por la foto
o algún parentesco conveniente, nada menos que para casarlas, manejar la casita
y procrearse. Amén de todo ello, esparcían las semillas caminando desganadas
detrás de la rastras, envejeciendo en cada madrugada al pie de la vaca que
proveía de leche a la familia y allegados. Porque siempre había alguien venido
de Italia, algún anarquista refugiado de Galicia o vascos empecinados, amén de judíos escapados
de los pogromos rusos que empezaban a farfullar sobre la revolución. Esas
mujeres silenciosas de menarca reciente e hijos creciendo en el vientre,
campesinas sacudidas por el viento de agosto, perdida la mirada en una tierra
inentendible y extendida vaya a saberse hasta dónde, yendo y viniendo todo el
día a merced de un marido que poco entendería de mujeres o que las creería aún
más fuerte de lo que eran, ¿llorarían sobre el aljibe, apretando el rosario
escondido entre el delantal y la pollera?
Se dice que a veces en la llanura desmesurada, en los andenes
abandonados de estaciones como La Cautiva, pueden oírse sus sollozos: han
recibido una carta del Caraglio, les avisan que la mamma se murió sin conocer a
todos estos nietos, de la tuberculosis de algún sobrino, que algún ejército
pasó por las continuas guerras y fusilaron a Nicoletto por rebelde. Mujeres
vestidas con prendas amplias y oscuras,
para que no se notaran las formas y tampoco las manchas. Mujeres de a caballo,
en misa con mantilla negra los domingos, mujeres cuya lectura, si habían
aprendido a leer, era su misal, sus oraciones por los que habían quedado allá a
merced de los ejércitos que van y vienen como los odios. Pero también estaba lo
otro cerca del Tigre, lo que nunca decía ni se decía a ella misma. Porque no
hace bien hablar de ciertas cosas.
Tomó fotos de las
Islas desde diferentes puntos de la costanera. Muchos jóvenes pasaban rumbo a
algún destino deportivo sumidos en la música de sus auriculares. ¿No somos
acaso nosotros una especie de delta también, nos acercamos unos a los otros sin
pegarnos, sin demasiada entrega? El que se da es el río, es el único que se
abre paso ¿Tenemos también de río o somos sedimento y luego isla? ¿Reflejamos
contrastes o matices? Cuando el río crece arrasa con las islas, las desbarata.
Guarda la traición dentro de sí, la traición del agua forzada a subir, empujada
desde sus orillas perdidas. ¿Y nosotros, por qué traicionamos? Y sí, pensando
en la traición, se imponía la historia de MalinalliTenépatl, hace poco debió
escribir, sin mucho entusiasmo, un guión sobre ella, conocida como Malinche,
entera, entregándose por amor a un conquistador y por resentimiento a los
suyos. Malinche, ¡Cuánta fuerza la de tu deseo! ¿Habrá valido la pena tu
traición, el amor de Hernán Cortés? Pero claro, ya habías sido antes
traicionada: cedida como esclava a un cacique maya después de una guerra entre
los mayas de Potonchán y los mexicas de la zona de Xicalango. Malintzin fue
parte de un tributo cedido a un cacique, al resultar éste ganador, pues esa era
la tradición entonces. Entonces, ¿solamente entonces? Los historiadores hablan
del pasado como la conjunción de todos los males desatados. En el siglo XVI las
hijas mujeres eran tributos otorgados al vencedor, siendo todavía niñas.
Malintzin hablaba con fluidez su lengua
materna y la lengua de sus nuevos amos. Malintzin, Malinche, Doña Marina. La
proliferación de nombres como para tabicar el pasado. Del recuerdo poco
afectuoso de su guión la sacó la imagen del monumento a la Bandera.
Subir y caminarlo fue
una experiencia rara desprovista de emoción y la enojó el despojo en lo que
debiera haber sido un solemne acto. Pisar la tierra pisada por Belgrano
¿Hubiera sido también amante de Belgrano en aquella época o habría arruinado el
amor como otras tantas veces? ¿Pero qué era el amor en este mundo donde el río
traiciona las islas y las envuelve y las desaparece?
Siempre se había sentido atraída por la imagen
de Belgrano, por la fuerza de voluntad para hacer patria a pesar de todo.
Belgrano era para ella la patria descalza en Tucumán, Jujuy y Salta. No sabía
si eso era bueno o malo, era así. Y en contra de la ferocidad con que se había
instalado la globalización, se sentía profundamente argentina se conmoviera o
no ante la llama votiva del monumento. ¿Y qué era ser argentina además de
cierta emoción durante el Himno, a la hora de izar la bandera o cuando cruzás
la frontera y ya no hay mate y entonces hablás del mate como marca de
argentinidad? Durante su infancia en la casa paterna y en la escuela primaria,
el ser nacional era lo más alto a lo que se podía aspirar; ese ser equivalía a
catolicismo, ejército y propiedad muy entrelazados. Sobre todo los dos últimos
ingredientes que de modo alguno invalidaban el espíritu cristiano que se
proclamaba en primer lugar. En su casa paterna todo era orden, perfecto estado
de las cosas, verdades escondidas gritando desde debajo de los zócalos. Pasos
adormecidos por la alfombra de la sala, voces apagadas, los infinitos y
sucesivos golpes militares, las ausencias del padre, dos colores, azules y
colorados, no hija no pasa nada, seguí, seguí durmiendo que papi te cuida mi
reina, no ¡qué va a haber fusilados ! ¿Dónde escuchaste eso? ¿Quién te contó
esas barbaridades, los soldados no matan, son el reaseguro de la tranquilidad
interna…Le hacía bien recordar la casa paterna porque en función de ella había
armado su vida posterior y lo que había hecho no le parecía ni ordenado ni
exitoso. Al contrario muy accidentado pero tal vez un poco más auténtico. Le
costó romper amarras, era más, calcula que terminó de hacerlo el día en que
había podido regresar en compañía de su madre, tan tranquilizadora siempre. No,
mejor no pensar en ello ahora. Ese día había inaugurado una vida sin bestias
para protegerla o castigarla. Ese día que le había costado tanto pero tanto dolor. Como el desgarramiento y otra
vez la sangre; el sangrado violento que
avisa que algo hay en el útero supuestamente vacío.
Al regresar al hostel
una buena ducha le refrescó el ánimo y apaciguó la fatiga. En el baño
compartido encontró una toallita manchada
con sangre ¿Cuántos años hacía que no las usaba? ¿Cuántos años había
pasado con su progesterona en retroceso? ¿Era menos deseable ahora por ello?
¡Cuántas veces siendo joven y no tan joven, maldijo la bendita menstruación!
Esta vez sí que se arrepentía y celebraba interiormente el sangrado mensual.
Hasta se alegraba de que la jovencita hubiera sido descuidada, casi había
olvidado el color y el olor de la sangre. La primera menarca, el flujo anterior
y el dolor se le hacían remotos. Había menstruado por primera vez cursando
sexto grado, ya hacía frío y el flujo predecesor la sorprendía sin animarse a
hablar del hecho con nadie o no tenía a nadie en ese tiempo. Qué curioso, había
sido una amiga de la familia quien le contara y hablara sobre los cambios a
acontecer en su cuerpo, durante una
jornada de solidaridad con la construcción de la Parroquia Jesús Redentor.
Ambos padres, el suyo y el de Susy, como así se llamaba su amiga mayor, compartían lugares en la comisión de
fomento. Susy le contó detalladamente todo lo que ella debía saber o necesitaba
al menos. Lo que fue una pena es que Susy muriera muy joven sin engendrar. La
vida es así de arbitraria: ella que le había revelado los secretos de la
gestación, murió sin gestar. Pero si tampoco ella había…La muerte nunca deja de
sostenerse en un territorio de abrumadora arbitrariedad, por una cosa o por la
otra no están bien elegidas sus presas. No, nunca. No hay paz posible después
de la primera muerte. No hay proximidad que se le parezca a la angustia de que
alguien ya no esté o, mejor que esté solo en un cementerio o en cenizas
derramadas en algún sitio como el mar, un río o el mismo viento.
A la tardecita salió
a caminar nuevamente por la costanera hacia el norte, donde se situaba el
Centro Español: lo apacible de la tarde acompañaba. Cuando vio un banco se
sentó para retomar la lectura de La loca de la casa, le gustaba mucho este
libro de Rosa Montero, hecho de reflexiones e historias breves, fugaces como
son en realidad los momentos de la vida, porque sólo hay ahora o presente,
vivimos de un pasado en el que escarbamos mucho para diseñar un futuro mejor,
superador, al menos lo pregonan así los terapeutas. Ahora de lo que vivimos, en
donde vivimos es en un eterno presente.
Leyendo, la deslumbró
un párrafo:
“¿cómo nos sentimos
de verdad, en lo más hondo, frente a la maternidad y la no maternidad? ¿Qué
mitos, qué sueños y qué miedos se ocultan ahí, y cómo podemos expresarlos? Sólo
un ejemplo más: la menstruación. Resulta que las mujeres sangramos de modo
aparatoso y a veces con dolor todos los meses, y resulta que esa función
corporal, tan espectacular y vociferante, está directamente relacionada con la
vida y con la muerte, con el paso del tiempo, con el misterio más impenetrable
de la existencia…Si los hombres tuvieran el mes, la literatura universal
estaría llena de metáforas de sangre.”
¿Metáforas de sangre?
¿Qué serían metáforas de sangre? Por suerte lleva siempre una lapicera y papel
en la cartera. Entonces a ensayar ahora mismo metáforas de sangre. Veamos a ver
si se puede ser creativa y le viene a la memoria de inmediato: “¡Que no quiero
verla! / Dile a la luna que venga, /que no quiero ver / la sangre de Ignacio
sobre la arena. / ¡Que no quiero
verla! No, aquí no hay metáfora,
Federico García Lorca nombra la sangre a modo de conjuro, no desea verla. ¿Es
la luna la que podría llevarse la sangre de las mujeres también? Pretendió
entender que algo suscitaban los dos elementos porque metáfora es unir un
elemento con otro no esperable en la relación. Supongamos: “Las estrellas son
rondas de niños”. Bien las formas que las estrellas toman, unidas en el cielo,
parece que fuera la de las cabecitas alineadas de niños que hacen rondas. De
ahí, de ese encuentro inesperado surge la metáfora. Es más, puede ser pura si
no se nombran las estrellas y sólo se dice: “El cielo con sus rondas de niños
en la noche”.
Pero regresa de
inmediato a lo que se genera entre el sangrado mensual y la luna. Sí, el ritmo
de los cambios de luna es muy similar al del ciclo menstrual: cada veintiocho
días. Entonces ensaya: Sangra la luna/ La vulva es una herida sangrante en cada
luna/ La sangre de una mujer es lluvia de luna/ La luna sangra en la vulva de
la mujer/ El llanto rojo de la vulva/ El tajo en la luna roja…Se sorprendió de
que pudiera encontrar tantas metáforas, no sabía si eran buenas, pero haber,
había.
Qué cosa las mujeres,
sangran con dolor todos los meses, eso las convierte en territorio para
engendrar vida ¿Son poseedoras de un poder oculto desde hace años por algún
papado para que no se despabilen y partan el patriarcado en mil pedazos? A esta
altura creía que se arruinan o asumen los encuentros amorosos pero nunca se sangra sin dolor. Se manchan
sábanas, polleras, pantalones, sillas, en fin, un enchastre. Ni hablar si un fibroma se instala en el útero. Entonces
el sangrado se convierte en una catarata (otra metáfora) Hasta hay quienes
juegan con su sangre durante las relaciones sexuales, a otros les da
sencillamente asco, entonces la menstruación es simplemente excusa para
justificar un descanso. Se engendra vida gracias a la menstruación que es un
nido arrancado a pellizcones y con dolor siempre.”
……………………….
In
Memoriam
Poema inédito.
Si Gladys pudiera venir a caminar conmigo
por esta calle de eucaliptus,
encuadraría su cámara y haría clic,clic,
la foto entonces inquietaría el olfato de las
ramas
porque Gladys era caldero plagado de aromas.
Si paseáramos juntas nuevamente, después del cine,
tomadas del brazo para sentir más una a la
otra.
A ver que lo evoco:
es de noche, día de semana
fuimos a ver una de Carlos Saura o
Grupo de familia de Visconti
y después
-aún muy conmovidas-
a cenar al restaurant de la cortada
Carabelas,
también ahí encuadraría su máquina
y clic, clic, clic
a ver
si salimos bien juntas
así, sonriendo,
se sonríe siempre en las fotos
(¿por qué se atrapa el momento que circula
sinuoso
en la mirada,
para que algo no se nos escape?)
Si Gladys anduviera conmigo, si regresara
yo sé que conversaríamos a más no poder
de la gente del taller literario en la calle
Berutti
¿qué se sabe de Edda, y de la vasca, de
Zulma,
de Miguel, uy y el Brato?
Otra vez encuadre y clic, clic, clic clic
para reforzar la toma
¡un abrazo de ambas en esta foto!
Creo que la gente que ilumina a otra gente,
no se cansa de querer nunca,
como cuando se come un helado sin miedo de
gastarlo,
porque Gladys era muy graciosa
y así con complicidad de hoguera,
espiábamos la vida,
como luciérnagas encendidas,
la azuzábamos, en la vida transcurre todo,
y es un poco
eso:
encontrarnos con Gladys en Corrientes
ir al cine, charlar y bromear sobre la
película,
hablar siempre de Sicilia,
con nostalgias por lo que nunca se vio,
así era,
traía viejos recuerdos a nuestro mantel lleno
de miguitas
que yo empujaba con mi dedo hacia el margen
de la mesa,
también se hablaba de la soledad para
defraudarla
para que supiera que con nosotras dos no se
podía,
nosotras éramos hojas y no es justo que las hojas mueran en el otoño
sin saber nada de sí mismas.
Si Gladys caminara bajo este aguacero conmigo
cuántos encuadres, cuántos, cuánta risa,
clic, clic, clic
ablandaríamos el fondo del aire
nos refugiaríamos en un aperitivo,
seguiría la charla,
si Gladys corriera a mi lado cuando el viento
apabulle mi piel
habría
agitación de fiesta,
peregrinos llegando a algún puerto
con bebidas olorosas y fuertes…
Y nuevo encuadre y clic,clic, con Gladys en
el taller,
con ella en un bar de madrugada,
en un puesto de flores buscando jazmines
que “es el olor de la ternura”, así decía.
Pero Gladys ya no está,
no responde a ningún conjuro
con la muerte no hay abracadabras que valgan,
no logro el encuadre
esta vez sin clic.
…………………….
Me encantó el poema ... como siempre Cristina muy profunda!
ResponderEliminarImagen de vida y ficción poética. Cuánta palabra escrita, amada, compartida en el clic clic clic del poema. Gracias
ResponderEliminarGladys sigue haciendo clic clic y buscando jazmines en tus palabras. Miguel (que no se olvida de la calle Berutti)
ResponderEliminarHermoso el poema Cris, cómo los extraño, esas largas charlas en mi patio....sos genial con las palabras.
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